Cuidate, nadie lo hará por vos: Hablando de Ricky Espinosa.

¿Qué significa realmente ser un artista? ¿Quién tiene el derecho de llevar consigo ese título? A menudo se nos dice que los artistas son aquellos que exhiben sus obras en museos prestigiosos o aquellos que venden discos por miles y son aclamados en todo el mundo. Son vistos como aquellos que dominan el pincel y la paleta de colores con maestría, o los virtuosos que extraen melodías cautivadoras de sus instrumentos.



Sin embargo, a veces, en los rincones más inesperados, surge un individuo iluminado que desafía las convenciones establecidas y desafía nuestra percepción de lo que significa ser un verdadero artista. Este ser, que pinta obras maestras con el barro de sus zapatillas, es inicialmente menospreciado en su tiempo, pero finalmente encuentra su lugar y deja una marca indeleble en la historia.

Fue el 31 de diciembre de 1966, en un barrio humilde de la ciudad de Gerli, Avellaneda, cuando nació bajo el nombre de Ricardo "Ricky" Espinosa, uno de estos seres excepcionales. Veintidós años más tarde, decidió formar una banda de punk rock para no aburrirse tanto por las tardes. Así nació Flema, un grupo musical que trascendió límites y se convirtió en una fuerza inquebrantable en el panorama rockero de los años 90s.

En una época, en donde el uso terriblemente pervertido de la belleza era moneda corriente, una banda con nombre feo, música fea, y personas feas, pasaba el rato componiendo canciones rápidas y distorsionadas, que relataban sus vidas, la de sus amigos, y los personajes suburbanos del conurbano bonaerense, sin hacer caso a los juicios estéticos del momento, más bien, creando los propios.

A lo largo de su trayectoria, Ricky Espinosa, un spleen conurbano, líder y alma de Flema, se erigió (sin quererlo) como portavoz de la juventud de su época, especialmente en los tumultuosos años del menemismo salvaje. Sus composiciones resonaron en los oídos de una generación desencantada y sirvieron como un reflejo crudo, pero a la vez preciso, de la realidad que los rodeaba. Canciones emblemáticas como "Si yo soy así", "Más feliz que la mierda", "Metamorfosis adolescente" y "El linyera" se convirtieron en radiografías sonoras de aquellos tiempos turbulentos, donde la mayoría de la sociedad se hundía en la miseria mientras unos pocos celebraban con opulencia, vacacionando en Florianópolis, degustando pizza y champagne mientras paseaban en Ferraris. Sin embargo, en esta ocasión, quiero detenerme en una canción en particular, que se encuentra en el tercer disco de estudio de la banda: "Si el placer es un pecado... ¡Bienvenidos al infierno!". El tema en cuestión es: "Nunca Seré Policía".

Este álbum, lanzado en un contexto social y político marcado por la desigualdad y la corrupción, presenta una visión desgarradora de la realidad y una crítica incisiva a los vicios y las perversidades de aquellos años. Cinco años después, en el año 2002, tras la brutal represión policial que se cobró la vida de Kosteki y Santillán, este disco, y particularmente esta canción, volvieron a cobrar relevancia para la juventud del momento.

Yo, con quince años, no era ajeno al descontento general. El rock volvía a ser el puente que nos conectaba con sentimientos e ideas de libertad. Sin dudas el rock es un arte bello. A pesar de esto, sentía que el horizonte era difuso, y con pocas opciones. Ser abogado, médico o arquitecto no me interesaba en lo más mínimo. La canción en particular, se convirtió en un grito de resistencia contra las cadenas invisibles que la sociedad pretendía imponernos.

Un golpe de batería, y Ricky comienza a cantar: “Hoy me encuentro solo, sentado en un rincón, pensando en muchas cosas, buscando una razón”, resumiendo el sentimiento de prácticamente un país entero (por qué no decir El Mundo). Para continuar con una mirada retrospectiva de la vida, y revisar el pasado en busca de la clave de la felicidad. Esfuerzos que claramente resultan en vano. El vacío interior es persistente, y las vivencias no lograron llenar el espacio emocional y espiritual. Claramente, Ricky entendía que en algún momento llegaría a un punto en el que seguir ocultando o negando la sensación de vacío, sería imposible.

Para mi yo de aquel entonces, no era fácil encontrar un espacio de pertenencia. Con algunos amigos nos refugiamos en el rock, los discos, y en algún que otro recital. Flema nos cantaba a nosotros, a los que no encajábamos en la matiné o en las fiestas del club de Rugby de la ciudad.

De todos modos, tampoco fue tarea fácil encontrar un lugar en el rock de aquel entonces. Si te gustaba el punk, no te podía gustar el rock n roll. Si te gustaban los Ramones, no te podían gustar los Stones. Yo no entendía eso. No me interesaba limitarme a escuchar algo o no, por lo que decían los demás.

Lo extraño de la situación era que, Ricky siempre fue abiertamente gran fan de los Stones, y de todas las bandas argentinas del estilo: La 25, Gardelitos, etc. Él mismo decía en entrevistas que “ser punk es hacer lo que se te cante el orto”. Pero bueno, supongo que en toda revolución hay contradicciones. 

Más adelante, el poeta nos abre una puerta hacia la autenticidad, una invitación a dejar atrás las máscaras que ocultan nuestras verdaderas esencias. Flema nos incita a mirar tras el velo, y contemplar la realidad sin adornos ni artificios, buscando esa conexión íntima con nuestro ser más profundo. Nos invita a despojarnos de la apariencia superficial y a sumergirnos en la genuina esencia de nuestra existencia. 

En este himno de rebeldía, se vislumbra un horizonte donde los valores y principios personales se son faros guía, o al menos otro camino que está oculto, pero disponible para ser caminado. Se nos recuerda la importancia de vivir de acuerdo con nuestros propios códigos morales, desafiando las imposiciones sociales y las normas preestablecidas (después de todo, a las normas alguien las crea, y nunca porque si).

Por mi lado, aún no lograba comprender toda la maquinaría que hace girar al mundo. La “verdadera” belleza, las modas impuestas, lo que hay que comprar para ser feliz, a donde hay que viajar para parecerte a un famoso, etcétera... Todo homogéneo, sin arrugas, todo pulido. Todas estas sombras que entraban por los ojos, pantalla de TV por cable mediante. A mi modo, ya intentaba separarme de todo eso. Los jeans rotos, las camperas con parches y remeras pintadas a mano, y todos esos pequeños actos de rebeldía que enloquecían a papá y mamá. 

La velocidad rítmica y la distorsión del rock se convirtieron para mí, en una herramienta para buscar autenticidad, y en una forma de resistencia a las normas establecidas, que determinaban lo que era aceptable y lo que no. Una fuerza vital.

Siguiendo con “nunca seré…”, la amistad verdadera y la camaradería genuina, se convierten en bastión de resistencia contra la opresión. Se nos revela que los lazos fraternales son los pilares que sostienen nuestro ser y nos brindan refugio en un mundo hostil. Los amigos de verdad, aquellos que nos acompañan en las penas y las alegrías, son guardianes inquebrantables que nunca formarían parte del sistema represivo.

Mientras crecía, fui conociendo gente en mi misma sintonía. Algunos puedo seguir llamando amigos y amigas, afortunadamente. Algunos quedaron en el camino, y otros pasaron de cantar en contra de la policía, a manejar un patrullero “por el sueldo”.

La maquinaria te consume en algún punto. Nuestros ojos están tecno entrenados para sumirse en el mar de imágenes electrónicas y desatender todo lo que pasa a nuestro alrededor. No es fácil salir de la caverna, las sombras son conocidas, tentadoras, y nos tranquilizan. Utilizan la belleza como herramienta del mal. Si logramos salir, el sol es fuerte, y nuestros ojos no están acostumbrados. Nos quema, nos lastima. Nuestra reacción natural es querer volver a las sombras, y es posible. A pesar de eso, la luz ya se impregnó en nosotros. Al menos ya no tenemos puestos los grilletes (lo cual no quiere decir que no seamos prisioneros).

En cada verso, se siente un eco nietzscheano resonando. La negativa a ser policía es un acto de resistencia, un rechazo a convertirse en un engranaje más de una maquinaria que busca controlarnos y dominarnos. El policía, símbolo de autoridad y disciplina, es despojado de su poder en este cántico rebelde. Flema nos impulsa a ser dueños de nuestras propias vidas, a ser los compositores de nuestra propia sinfonía, en lugar de ser simples marionetas de un sistema diseñado para limitarnos. Y acá quiero abrir un paréntesis en este relato con intento de escritura poética, para decir lo siguiente: Todo es una mierda, la vida no tiene sentido, somos un pequeño suspiro en la inmensidad del Universo, no pedimos nacer y acá estamos. ¿Qué hacemos con eso? Y bueno, ya fue… pasémosla bien, cantemos, gritemos, hagamos amigos. Pero algo no podemos hacer de ninguna manera: no seamos vigilantes, buchones, policías.

¿No debería yo traer a la vida la más divina forma con apasionadas violencia?

Algo así intenté hacer cada vez que me tocó ser parte de una banda. Siempre me costó la metáfora a la hora de escribir canciones. Y a pesar de haberla dominado en cierto punto, con los años, la práctica constante y la curiosidad intelectual, soy más amigo del método Espinosa que del Spinetteano. Aunque disfruto de ambos por igual, tal vez porque ya pasé los 30 y siento que mi ojo está activo.

A Ricky Espinoza le alcanzaron dos minutos con veintiún segundos, para entregarnos una oda a la libertad, a la búsqueda incansable de la autenticidad y a la fuerza indomable de la individualidad. Flema nos conduce por los senderos de la rebeldía, guiándonos hacia una existencia plena, donde los lazos de amistad verdadera y la afirmación de nuestros valores y principios personales nos llevan a intentar alcanzar una vida auténtica y significativa. Si lo logramos o no, es otra historia. Esta canción nos invita a abrazar nuestra esencia más pura, trazando nuestro propio camino en armonía con nuestras pasiones y convicciones más íntimas.

En 2002, cinco años después de que esta canción se convirtiera en un himno punk, mientras jugaba a la playstation con sus amigos, en el living de su casa ubicada en el 5to piso de los monoblock de Avellaneda, luego de meter un gol, Ricky corrió eufórico por la habitación y se tiró por la ventana. Falleció en la ambulancia rumbo al hospital.

¿Y qué es el hombre sino esa disonancia hecha carne?

En este punto me doy cuenta de que la influencia puede llegar hasta cierto punto si uno quiere, claro está. Bien podría haberme quedado con la actitud casi nihilista que nos deja Ricky con su decisión final, pero no lo hice.


De hecho, todo lo contrario. Decidí tomar su sinfonía y adaptarla, convirtiéndola en acción, cambiando la oscuridad en la partitura por colores vibrantes en perfecta armonía. Hoy prefiero no quedarme pasivamente con lo dado, y en cambio, salir a buscar mi propio camino, con mis propias palabras, mis propios medios, siempre por la senda del arte. ¿Es fácil? para nada. En un mundo cada vez más alienante y opresivo, buscar la afirmación de la individualidad frente a la uniformidad cultural es una batalla casi perdida, pero  prefiero este camino, que sin dudas es más divertido. Escapar por la ventana no es opción.

La partida trágica y repentina de Ricky Espinosa nos obliga a reflexionar sobre la fragilidad de la existencia y la trascendencia del legado artístico. Sus canciones se convierten en un testimonio vivo de su espíritu inconformista y su deseo de marcar una diferencia en un mundo hostil y desigual, aunque él lo disimulara diciendo que lo hacía sólo para no aburrirse. Su voz, aunque apagada físicamente, sigue resonando en cada acorde, en cada letra que nos invita a cuestionar y a desafiar todo aquello que nos presentan como “lo verdadero”. Pues ¿qué es el arte sino aquello que nos empuja a vivir el instante que sigue?.

Escribir este texto me forzó a volver sobre mis pasos, y analizar los cambios de mi obra a través del tiempo. Tanto en mis trabajos plásticos, de diseño, audiovisuales y musicales, siento que es evidente esa, digamos “evolución”.

De todo camino que me ha tocado caminar, siempre me quedé con lo positivo. Cada elección tomada, fue pensando en lo mejor: Cambiar mi viaje de egresados por una computadora, elegir ser autodidacta para aprender más en menos tiempo, renunciar a un trabajo estable en busca de la independencia, y hoy en día, elegir volver a la Universidad para obtener esa teoría que me falta, en vistas de convertirme yo mismo en alguien capaz de transmitir conocimiento.

Al mirar hacia atrás en mi recorrido artístico, encuentro en la elección consciente de cultivar el conocimiento, el impulso que me ha llevado a crecer como creador y a compartir mi visión con el mundo. La sed de conocimiento me ha impulsado a explorar nuevos territorios artísticos, a experimentar con diferentes técnicas y estilos, y a desafiar los límites preestablecidos. Este camino de aprendizaje y creación es un viaje que no tiene fin, una búsqueda constante de superación y una oportunidad para dejar una huella significativa en el vasto universo del arte. 

No ha sido un camino exento de desafíos y sacrificios. He renunciado a ciertas comodidades y he enfrentado momentos de incertidumbre, pero siempre con la convicción de que cada esfuerzo valdría la pena. Y así, como la obra de un montón de artistas me han inspirado y acompañado en este recorrido, espero que mi obra haga lo mismo por otros.


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